Durante el homenaje que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes a la trayectoria de Xavier Robles, su pareja de toda la vida, la escritora Guadalupe Ortega, leyó un emotivo mensaje que por su importancia decidimos reproducir de manera íntegra, pues en él resume la prolífica trayectoria del guionista y director, además de su vida en pareja donde compartieron triunfos y descalabros.
PALABRAS DE GUADALUPE ORTEGA EN EL HOMENAJE A XAVIER ROBLES, EN EL PALACIO DE BELLAS ARTES, EL LUNES 9 DE OCTUBRE DEL 2023, EN RECONOCIMIENTO QUE CON SU CINE DEJÓ AL PUEBLO DE MÉXICO.
Con una carga llena de vivencias y magulladuras Xavier y yo arribamos al cine. Xavier primero, allá por la segunda mitad de la década de los setentas. Jóvenes veinteañeros, exmilitantes del Movimiento del 68, periodistas imberbes que creían en la libertad de prensa, huelguistas de una agencia de noticias que al perder su lucha les llegó el desempleo. Y en la sobrevivencia se les acrecentó la rabia incubada en el 68. Salimos golpeados. No soportábamos vivir en un país de injusticia y desigualdad. Nos integramos a la guerrilla urbana pensando que nuestra lucha despertaría al pueblo. El desengaño no tardó en llegar, las fuerzas delincuentes de un gobierno priísta amasijado con el ejército nos mostró la página del horror de la guerra sucia. Con la culpa de quien se retira sabiendo que en el campo de batalla aún quedan combatientes, Xavier y yo nos alejamos. Nos retiramos, pero no del todo, junto con otros amigos periodistas politizados en la izquierda, fundamos el Centro de Corresponsales. Logramos que colaboraran con nosotros José Revueltas, Luis Carrión, Luis Spota, Carlos Monsiváis, Roberto Rodríguez Baños y otras plumas importantes. Vendíamos nuestros artículos en todo el país, pero los periódicos nos retrasaban los pagos o de plano no nos pagaban… Pero no todo era pérdida, un día nuestro amigo director de la agencia, el recordado Edilberto Soto Angli, nos dijo a Xavier y a mí que Cuba necesitaba de alguien que fuera por una información a Guatemala, alguien que no causara sospechas, y él creía que nosotros éramos los indicados. Sin pensarlo más Xavier y yo dijimos que si, nos emocionaba contribuir con la revolución cubana. Cumplimos nuestro objetivo, pero tuvimos que salir huyendo del país vecino. El pago: una invitación de la embajada cubana a celebrar el Año Nuevo 1976. Un año que nos marcaría. La agencia quebró. Xavier y yo nos sentimos desarmados, sin brújula. ¿Cuál sería ahora nuestro camino, nuestro lugar? ¿Dónde iba a estar nuestra lucha? ¿De qué íbamos a vivir?. La situación económica cada vez era más apremiante. Conseguimos sobrevivir de hacer libros de bolsillo, de ésos de Editorial Posada, con temas como el de Las Poquianchis. A mediados de ese 1976 nos acercarnos al Partido Mexicano de los Trabajadores, recién creado y dirigido por Heberto Castillo; también platicamos con miembros del Partido Comunista Mexicano, que no acababa de salir de la clandestinidad. Nos afiliamos a este último. Por esas mismas fechas Tomás Pérez Turrent, que traía consigo el éxito de Canoa y a quien le urgía hacer un guión sobre las poquianchis, para una película que dirigiría Felipe Cazals, llamó por teléfono a casa y le ofreció a Xavier comprarle la investigación. La audacia y el gusano del cine que ya traía Xavier hicieron que le dijera a Tomás que aceptaba la propuesta siempre y cuando lo llevara como coescritor del guión.
A 47 años de haber llegado al cine, a unas cuantas semanas del fallecimiento de Xavier, un día de esos soleados en la sierra de Puebla, en el que juntos mirábamos el planear de las águilas, le dije: “Oye, Xavier, después de tantos años, de tanto batallar con esos mediocres del cine, de ésos a quienes les resultas incómodo, y que a pesar de ellos tu cine haya llegado a las nuevas generaciones, cómo te sientes hoy? Alzó la vista, siguió el vuelo de una águila solitaria y luego de un silencio prolongado me dijo: “Guadalupe, el arte responde a ciertos instantes, a ciertos misterios de la creación que la certidumbre ideológica no puede advertir. Con estos elementos forjé mi discurso cinematográfico desde que llegué a este medio. Desde ese momento decidí no hacer cine que no moviera conciencias con un solo objetivo: conmover, asombrar, perturbar, reflexionar, soñar”. Y miró de nuevo hacia el verde azul serrano.
A un año, 3 meses y unos cuantos días de la muerte de Xavier me siento tranquila, pero no feliz, porque el nunca más de su ausencia me acompañará hasta que yo también sea un nunca más. Lo que sí puedo decirles es que este reconocimiento al legado y trayectoria de Xavier, que le fue negado en vida una y otra vez por las autoridades del cine y la cultura, incluso por sus propios compañeros, es lo más grande que Xavier pudiera haber soñado, porque aquí están presentes amigos de las diferentes etapas de su vida, desde los viejos compañeros del 68, los amigos periodistas de esos años de joven reportero, en que la hoja de papel revolución era el arma contra la represión y el olvido; camaradas del Partido Comunista Mexicano que no doblegó el tiempo ni los destellos del poder; porque aquí están presentes la grandeza y la generosidad del arte representadas por entrañables amigos del cine, las letras, la poesía, la danza, el teatro, la escultura, la arquitectura, la música; y porque aquí también están compañeros, incansables luchadores de toda la vida, que saben que un mundo mejor es posible; porque aquí están también sus queridos alumnos, los que abrevaron de él la esencia de su conocimiento, los que ahora ponen en práctica lo aprendido de su maestro y utilizan al cine como algo más que un entretenimiento, porque el cine de Xavier era, es, ante todo, parafraseando a León Felipe, un ladrillo para abrir cabezas y conciencias. Porque aquí están los amigos que nos quieren, así, por ná´. Y porque aquí está lo más atesorado de Xavier, sus hijas, la luz de sus ojos y la luz de su vida, como solía llamarles, sus amados nietos y el lucero más pequeño de la familia, su bisnieta. Todo esto era la amalgama en la que Xavier se sumergía para seguir creando, para seguir en la congruencia y en la lucha. Para decirme un día: “He hecho lo que me corresponde, estoy satisfecho, estoy en paz y hasta podría decirte que soy feliz”… ¡Vivió!