Del Puño y Letra de Dolores del Río

-Se apenaba de su rostro pues pensaba que era fea

-Triunfó en Hollywood y fue diva del cine mexicano

De niña, Dolores del Río tenía el complejo de sentirse fea y le apenaban las facciones de su cara, sin imaginar que sería precisamente su rostro el que la haría incursionar en el medio artístico y triunfar en Hollywood, en donde fue figura del cine mudo y sonoro y del de México, en el que se convirtió en una de las grandes divas de la cinematografía nacional, compartiendo ese honor con “La Doña”, María Félix.

De familia aristócrata, María de los Dolores Asúnsolo y López Negrete, nombre completo de la artista, nació en agosto de 1905 en el estado de Durango en donde su padre era un acaudalado ganadero y su mamá integrante de unas de las familias más ricas de la región y del país. Con  el estallido de la Revolución Mexicana, su progenitor emigró a Estados Unidos mientras que la pequeña Lolita, con su mamá, disfrazadas de campesinas, huyeron en un tren hacia la ciudad de México.

Aquí, en la capital, cursó sus estudios básicos en el colegio de monjas francesas San José, en donde aprendió el idioma francés y la danza, disciplina por la que desarrolló un gran gusto después de asistir a presentaciones de la bailarina rusa, Ana Pavlova, a quien admiraba y deseaba ser como ella.

Ese sueño se vio truncado cuando a los 15 años asistió a un baile que las damas de la más alta sociedad ofrecían en beneficio de un hospital. Ahí conoció al acaudalado abogado Jaime Martínez del Río, con quien estableció una relación sentimental que duró sólo dos meses pues después de ese breve tiempo contrajo matrimonio con él en una de las bodas más glamorosas de la época.

Después de una luna de miel de dos años, en los que se dedicaron a viajar por España, Francia e Inglaterra, regresaron a México en donde empezaron a relacionarse con los pintores, artistas e intelectuales más importantes de la sociedad mexicana de su época, entre ellos Salvador Novo, Diego Rivera y Frida Kahlo.

Jaime, el esposo de Dolores del Río, de quien, por cierto, adoptó el apellido con el que fue conocida en el medio artístico y con el que triunfó, dedicó gran parte de su tiempo al cultivo del algodón en la Hacienda de Las Cruces, en Durango, pero una estrepitosa caída en el mercado mundial de ese producto lo llevó a la ruina por lo que tuvo que regresar con su esposa a la ciudad de México para ser rescatado económicamente por su familia.

Dolores, su esposa, regresó embarazada pero después de complicaciones que le provocaron perder al bebé en un aborto involuntario, los médicos le recomendaron no volverse a embarazar porque ponía en riesgo su vida, por lo que nunca tuvo hijos, algo que entristeció a la actriz quien por ello volcó todo su entusiasmo y tiempo a su carrera artística.

En 1925, el pintor Adolfo Best Maugard, gran amigo del matrimonio, los visitó en su hogar acompañado del influyente cineasta estadounidense, Edwin Carewe, director de la First Nacional Pictures quien quedó fascinado con los rasgos y el rostro de Dolores. Sin titubear, le propuso ir a trabajar a Hollywood y para convencerla a ella y a su esposo les aseguró que la haría una estrella de cine, el equivalente femenino a Rodolfo Valentino, la figura cinematográfica mundial de ese momento.

Jaime vio en la propuesta una solución a su problema económico y así fue como en ese año Dolores del Río debutó en el cine silente de Hollywood en la película “Joanna, la muñequita millonaria”, en la que sólo apareció 5 minutos. Después le siguieron los filmes “Resurrección” (1927), “Ramona” (1928) y “Evangelina” (1929).

Durante la filmación de esta última película, Dolores del Río se separó de su esposo Jaime Martínez del Río quien poco tiempo después murió en Alemania. Al enviudar, se casó con Cedric Gibbons, director artístico de la Metro Golwyn Meyer y 10 años después se separó de él y se relacionó sentimentalmente con Orson Welles, de quien se afirma, fue el gran amor de su vida.

Tuvo una tercera relación sentimental, con el millonario Lewis Riley a quien conoció en Acapulco, sin embargo más allá de su vida amorosa, cuando sus días de gloria en Hollywood vinieron a menos, regresó a México a convertirse, de la mano de Emilio “Indio” Fernández, en una de las grandes divas del cine nacional protagonizando memorables películas al lado de Pedro Armendáriz, su inseparable pareja cinematográfica

“El indio”, quien vivía enamorado de ella desde que en Hollywood trabajó como extra en una de las películas de Dolores del Río, logró que estelarizara “Flor Silvestre” (1943), con tal éxito que casi de inmediato filmó con ella “María Candelaria” (1943), obra maestra de Emilio Fernández y primera película mexicana en ser galardonada en el Festival de Cannes.

El guión de esta película, escrito por “El indio” en una servilleta, fue el regalo de cumpleaños que Emilio dio a Dolores de quien estaba perdidamente enamorado y a quien constantemente acosó en las siguientes películas que filmaron: “Las abandonadas” (1944) y “Bugambilia” (1945). Después de estas dos historias dejaron de trabajar juntos ante los constantes enfrentamientos que tenían por el desamor de Fernández.  

Hoy, este espacio se viste de gala para reproducir el texto que esta gran figura del cine mexicano e internacional, dedicó a PECIME, agrupación con cuyos socios tuvo una gran relación de amistad.